lunes, 14 de mayo de 2018

Textos premiados en el Concurso Literario 2018 (Nivel 1)


Primer Premio: Relato de Nuria San José (3º ESO C)

SIN BALAS LAS ARMAS NO HABLAN

14 de agosto de 1980

Lentamente me desenfundó. Paso sus frías y ásperas manos por mi cuerpo. Introdujo todas las balas hasta llenar mi cargador, y con un suave y seco movimiento estas se desplazaron hacia arriba. Sus dedos no temblaban. Parecía tener todo estrictamente planeado. El tubo con el silenciador se deslizó con soltura por mi cañón roscado. Con delicadeza introdujo el índice en el gatillo. La chispa desencadenante ascendió hasta alcanzar la pólvora. Silencio. Solo se oía una respiración indiferente y un suspiro en forma de agonía de esa persona cuya vida acababa de ser arrebatada por uno de mis proyectiles. El silencio fue interrumpido nuevamente por el ligero sonido del casquillo estrellándose contra el gélido suelo.


8 de diciembre del 1980

Era la madrugada de una jornada que supuestamente iba a ser tranquila. Un día normal, como otro cualquiera. Mientras todos dormían, yo yacía en mitad de aquella carretera desierta y abandonada, mientras sentía como las gélidas gotas de lluvia patinaban sobre el acero.

Una luz que venía de lejos hizo que deslumbrara en la profunda oscuridad, y el sonido de un motor me indicó que un coche se acercaba a gran velocidad, pero inesperadamente, frenó con un gran ruido ensordecedor.

Bajó del coche un hombre, de mediana edad y con el pelo engominado y brillante. Se podía apreciar su expresión facial de preocupación a pesar de la escasa iluminación. Comprobando que nadie la observase, se agachó y me recogió del suelo con extremada suavidad. Se metió de nuevo en el vehículo que tenía un peculiar olor a vainilla, y me introdujo en la guantera delicadamente, como si de un tesoro se tratase.

Cuando finalmente me sacó de aquel minúsculo espacio, estaba en la habitación de un hotel, pero rápidamente fui transportada, bajo la chaqueta del mismo hombre, al exterior de aquel imponente edificio.

Allí cometí otro asesinato, una vez más sin consciencia de ello.

Apresuradamente me sacaron de mi escondite, y en unas décimas de segundo, el proyectil alcanzó el pecho de un hombre, seguido de otros cuatro disparos más que se apoderaron del alma de ese pobre e inocente chico.


11 de abril de 1986

No me quedaba ni una sola bala. Mi cargador estaba completamente vacío. En medio de aquel tiroteo, fui tirada al suelo cual una simple piedra. Y yo valgo más que una piedra. No tengo el poder, pero si la habilidad, de arrebatar existencias, de arrebatar vidas, con el simple hecho de que alguien me dispare. Pero tengo que ser accionada, necesito que alguien sea responsable de mis descargas.

No tengo el poder de decidir el destino de una persona, sino que soy utilizada, la mayoría de las veces sin razón ni motivo, para ejecutar a personas que no han hecho nada para merecer la pérdida de su inocente espíritu. Yo obedezco órdenes, porque no me ha sido atribuida la destreza de poder realizar acciones por mi propio juicio. En efecto, no es la bala quien mata, sino quien aprieta el gatillo.


3 de febrero de 1987

Descorrió con tranquilidad la sedosa cortina para que la luz de la luna inundara el cuarto, y desde allí, divisó a su próxima víctima. Haciendo chirriar las maderas del suelo antiguo para dirigirse a la calle. Su pulso acelerado era casi tan perceptible con el susurro del viento en una noche de verano. No podía hacer ningún movimiento en falso ni levantar sospechas, y eso le alteraba. “Pum”. Un nombre nuevo saldría al día siguiente en las noticias, cuando una persona completamente ajena llamara a emergencias pidiendo a gritos una ambulancia.

Y bien. Años más tarde, estoy encerrada entre unas impolutas vitrinas de cristal con sensores de movimiento, guardias de seguridad en la sala y cientos de personas que pasan al día a hacerse fotos conmigo.

Parece ser, según pone en el panel que está expuesto a mi lado, que fui yo el arma con el que asesinaron a la famosa Dorothy Stratten, una modelo de prestigio en el verano de 1980.

Aquella tarde de diciembre, murió a mi cuenta nada más y nada menos que a John Lennon.

En la masacre de Florida en el 86 también estuve presente y actuando y provoqué la muerte de dieciséis personas inocentes, y por desgracia también, una de mis balas quitó la vida a Donal Aronow, un increíble diseñador de barcos americano del 87.

Es triste pensar que me echen a mí la culpa de la pérdida de estas personas. Que me estén visitando en un museo cuando no debería ser nada a lo que alabar. En cambio, debería haber una evolución en el mundo de las armas. Porque una simple pistola como yo no puede accionar una bala, porque son las personas quienes desencadenan las desgracias. Porque no soy yo quien debe ser menos peligrosa, ni los inocentes que son disparado más precavidos. Son los individuos que aprietan el gatillo los que tienen que aprender a parar un segundo el tiempo y pensar, porque ese segundo que ellos no paran, puede hacer parar el tiempo eternamente de otras personas. Porque una bala puede cambiar o hacer, pero jamás traerá la paz a quienes la disparan.


Segundo Premio: Relato de Marta Abián (3º ESO C)

LAS AVENTURAS DE TAKERU

Mi nombre es Takeru y os voy a contar mi emocionante y trágica aventura donde conocí a algunos de mis amigos.
Yo vivía en una casa de madera, cerca de una cueva enorme donde trabajaban mi padre y mi hermano. Mi madre, murió nada más nacer yo. 
En la aldea nadie tenía mucho dinero, ya que a menudo pasaban unos saqueadores que robaban a los mineros las joyas preciosas que encontraban. Esos mineros eran un grupo de padres e hijos incluida mi familia. Esas joyas iban destinadas a la mismísima reina de Gaara llamada Sakura, que adoraba el lujo. 
A veces, había unas elecciones para nombrar al jefe de la aldea, que casualmente siempre fallecía misteriosamente. Pensaban que era una maldición de los dioses. 
El tercer día del año 1221 de la segunda era, los representantes de la aldea nombraron a mi padre jefe de la aldea en contra de su voluntad. Mi padre era un nefasto gobernante, así que buscó un consejero y la única persona que encontró, fue una mujer joven la cual servía a un único dios, el dios del cielo llamado Sky. Ella, en los ratos libres, se iba a un descampado a las afueras de la aldea para hablar con su dios. 
Poco a poco, la aldea fue enriqueciéndose gracias a mi padre, pero esto tuvo consecuencias ya que la reina Sakura no obtenía todas las joyas que quería, provocando represalias contra los mineros. Envió a cien soldados a luchar, triplicándonos en número y armas. Yo nunca confié en la joven bruja, pero mi padre sí. Para colmo estaba enamorado de ella. La bruja dijo que sabía cómo ganar esa guerra ya que había estado hablando con Sky. Solo había que derramar una vida, una única vida, la de mi hermano mayor. Tendría que ser sacrificado en el río que pasaba por la aldea, el día 203 de ese año. Mi padre, desesperado, asintió al trato que había propuesto la malvada bruja.


Días después del sacrificio de mi pobre hermano, llegó un aviso de Gaara para que nos rindiésemos o abandonásemos la aldea de inmediato. Mi padre, confiando en el sacrificio que hizo unos días atrás, no quiso rendirse, ya que no quería que su hijo muriera en vano. Así comenzó mi aventura, sin madre, sin hermano y con un padre loco y despiadado gracias a esa maldita bruja embustera que se llevó el alma de mi hermano.  Yo estaba aterrado del cambio de mi padre. Sin otra opción, decidí escapar y emprender un largo viaje y lleno de aventuras en las que conocí a Hikari y Taichí.
Solo pasaron un par de años de la segunda era, cuando anunciaron que la antigua aldea, tras ganar la guerra, se había convertido en Termari, una de las ciudades más bellas de toda Gaara. Estaba gobernada por mi padre que se había convertido en un tirano, acompañado de la joven y bella bruja. 
Al enterarse de que me encontraba en la ciudad, mandó a cincuenta hombres a buscarme, pero nunca me encontraron ya que mi aspecto era completamente distinto y me había hecho llamar Takeru.
Estaba muerto de hambre, así que fui de mercadillo en mercadillo para ver si podía obtener algo para comer. Al día siguiente encontré a una niña bajita, de pelo largo y muy espabilada. Estaba tirada en el suelo y parecía que la habían dado una paliza, y así era, todos sus amigos se metían con ella porque era pequeña. Fui corriendo a ayudarla, me acordé que tenía un trozo de pan en la mochila y se lo entregué. Me dio las gracias y me dijo su nombre, se llamaba Hikari. 
Viajamos juntos durante un año y cuando Hikari y yo estábamos buscando algún sitio para refugiarnos, nos encontramos a Taichi en una casa abandonada. Menos mal que el destino hizo que nos conociera, porque no hacía más cosas que meter la pata en todo y ser problemático. Taichi era una chica peculiar con su bata y con su gorro de científico. En ese momento, estaba trabajando en un invento. Hikari y yo nos paramos delante de él para ver lo que estaba haciendo y se presentó en ese momento como el científico Taichi y nos explicó lo que estaba haciendo. Cuando nos lo estaba explicando, Hikari vio que salía mucho humo de su experimento, pero no nos hizo casi, él lo veía como una cosa normal. 
Nos fuimos a inspeccionar el resto de la casa cuando de repente oímos un alarido desgarrador, regresamos rápidamente y vimos que procedía de Taichi, su experimento había explotado y estaba rodeado de fuego. Le rescaté como pude y salimos rápidamente de la vieja casa. Pese a encontrarse a salvo, Taichí se mostraba muy nervioso, así que le pregunté por qué estaba así, y me respondió que había perdido su gorro, por lo visto era algo muy especial para él. Para animarle le dije que sin gorro tenía más aspecto de científico. Me dio las gracias, pero nada convencido. 
Horas antes Hikari y yo habíamos visto otro refugio, así que le invitamos a venir con nosotros. Cuando llegamos Taichi y yo nos pusimos a hacer un fuego para calentarnos, pero al rato nos dimos cuenta que Hikari no estaba allí, solo estaba el trozo de pan que estaba comiendo. La buscamos por toda la casa y por los alrededores, pero no encontramos ni rastro de ella. Esa fue la última vez que vi a la pobre Hikari viva. Recuerdo que esa noche no pude dormir nada, estaba preocupado por Hikari, al fin y al cabo, ella era como mi hermana pequeña. 
A la mañana siguiente vinieron unos hombres al refugio y nos preguntaron si conocíamos a una niña pequeña con el pelo muy largo. En seguida respondí que la conocía, pero me dijeron que la encontraron por la noche muerta en el estanque a unos metros de allí. Inmediatamente se fueron y yo empecé a llorar. 
Estuve un buen rato recordándola, pero teníamos que irnos de allí porque podía ser peligroso. Decidí continuar con Taichi que era la única persona en la que confiaba en aquel momento.
Y años después, niños, me encuentro en esta clase con vosotros.
Adrián:          Profe Takeru.
Takeru:         ¿Qué pasa Adrián?
Adrián:          ¿Por qué nos cuentas eso?
Carla:                        Es verdad.
Margarita:    Pues yo no he entendido nada de lo que has dicho.
Daniel:          Pues que sepáis que yo lo he entendido a la perfección.
Takeru:         Muy bien Dani. ¡Chicos! Atención, apuntad en vuestros cuadernos una nueva palabra: Perseverancia. Y acordaos de que se escribe con “v”.
Matias:          ¡Vale, profe!
Daniel:          Yo no la apunto porque ya la conocía.
Takeru:         ¿Alguien puede decirme lo que significa “perseverancia”?
                        ¿Nadie?
La perseverancia es un esfuerzo continuo, supone alcanzar lo que se propone y buscar soluciones a las dificultades que puedan surgir.
Bien, chicos, es la hora. Continuaremos el lunes. Buen fin de semana y aprovechad para hacer aquello que os guste.

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